viernes, 16 de abril de 2010

"La Guerra de Troya", Paris y la Reina Helena, por Robert Graves


PARIS Y LA REINA HELENA
El rey Príamo se enfadó al oír la información de la visita de los
mensajeros a Salamina y cuando su hijo Paris se marchó con la reina Helena de Esparta y se la llevó a Troya, también se negó a devolverla. Esta decisión fue la que provocó la larga y desastrosa guerra de Troya, que no benefició a nadie, ni siquiera a los conquistadores.
Esta es la historia de Paris y Helena. Paris era el hijo de Príamo y de la reina Hécuba, la que soñó, antes del nacimiento de su hijo, que en lugar de un niño iba a dar a luz a un haz de leña encendido del que saldrían innumerables serpientes. Príamo le preguntó a Calcante, el profeta de Apolo, qué significaba el sueño. Este respondió:
—Este niño será la ruina de Troya. ¡Córtale el cuello tan pronto como
nazca!
Príamo no tenía el valor de matar a ningún bebé, especialmente su
propio hijo, pero la advertencia le asustó; así que entregó el niño a su capataz de pastores diciéndole:
—Déjalo detrás de un arbusto en algún lugar del bosque del monte Ida y no vuelvas allí en diez días.
El pastor obedeció. Pero al noveno día, al pasar por el tupido valle de
arbustos en el que Paris fue abandonado, el pastor encontró una osa
amamantándole. Asombrado ante aquella situación, llevó a Paris junto a sus propios hijos.
Paris creció alto, atractivo, fuerte e inteligente. Los otros pastores
siempre le invitaban para que juzgase las corridas de toros. Zeus
todopoderoso, observándole desde su palacio del lejano Olimpo, se dio cuenta de lo honesto que era al dar sus veredictos en ciertas ocasiones y un día le eligió para que presidiera un concurso de belleza al cual él prefería no ir. Esto es lo que ocurrió: la diosa de la discordia, llamada Eris, no fue invitada a una famosa boda (la de la nereida Tetis con el rey Peleo de Ftiótide) a la que sí asistieron el resto de dioses y diosas. Eris lanzó con rencor una manzana de
oro a los invitados después de haberle escrito en la piel: «¡Para la más bella!».
Le habrían llevado la manzana a Tetis, ya que era la novia, pero tuvieron miedo de ofender a las tres diosas más importantes allí presentes: Hera, la esposa de Zeus todopoderoso; Atenea, su hija soltera, no sólo diosa de la sabiduría sino también de la guerra; y su nuera Afrodita, diosa del amor. Cada una de ellas creía ser la más hermosa, y comenzaron a pelearse por la manzana, tal como Eris había previsto. La única esperanza de Zeus para conseguir la paz doméstica era organizar un concurso de belleza y elegir a un juez justo.
Así pues, Hermes, el heraldo de los dioses, descendió con la manzana y un mensaje de Zeus para Paris:
—Tres diosas —anunció— vendrán a visitarte aquí, en el monte Ida, y las órdenes de Zeus todopoderoso son que tú deberás premiar con esta manzana a la más bella. Por supuesto, todas ellas se conformarán con tu decisión.
A Paris le desagradaba la tarea, pero no podía evitarla.
Las diosas llegaron juntas, y cada una, al llegar su turno, descubrió su belleza; y cada una, al llegar su turno, le ofreció un soborno. Hera se comprometió a nombrarle emperador de Asia. Atenea a convertirle en el hombre más sabio y más victorioso en todas las batallas. Pero Afrodita se acercó cautelosamente y le dijo:
—¡Querido Paris, declaro que eres el muchacho más atractivo que he
visto desde hace muchos años! ¿Por qué perder el tiempo aquí, entre toros, vacas y pastores estúpidos? ¿Por qué no te mudas a alguna ciudad rica y llevas una vida más interesante? Mereces casarte con una mujer casi tan hermosa como yo, déjame que te sugiera a la reina Helena de Esparta. Una mirada y haré que se enamore de ti tan profundamente que no le importará dejar a su marido, su palacio, su familia... ¡Todo por ti!
Excitado por el relato de Afrodita sobre la belleza de Helena, Paris le dio a ella la manzana, mientras que Hera y Atenea se marcharon enfurecidas, cogidas del brazo, para planear la destrucción de toda la raza troyana.
Al día siguiente, Paris hizo su primera visita a Troya y se encontró con que se estaba celebrando un festival de atletismo. Su padrastro, el pastor, que también había ido con él, le advirtió de que no participara en la competición de boxeo que estaba teniendo lugar delante del trono de Príamo; pero Paris se avanzó y ganó la corona de la victoria al mostrar más su valor que su destreza. También se apuntó para participar en la carrera y llegó el primero.
Cuando los hijos de Príamo le desafiaron a una carrera más larga, les volvió a ganar. Les molestó tanto que un campesino hubiera conseguido tres coronas de victoria seguidas que desenvainaron las espadas. Paris corrió hacia el altar de Zeus en busca de protección, mientras que su padrastro se arrodillaba ante Príamo suplicando:
—¡Majestad perdonadme! Éste es vuestro hijo perdido.
El rey llamó a Hécuba y el padrastro de Paris le mostró un sonajero que había encontrado en sus manos cuando éste era un bebé. Ella lo reconoció al instante; de manera que se llevaron a Paris con ellos y en el palacio celebraron un enorme banquete en honor de su vuelta. Sin embargo, Calcante y los demás sacerdotes de Zeus advirtieron a Príamo que si Paris no moría inmediatamente, Troya se convertiría en humo. Él respondió:
—¡Prefiero que se queme Troya a que se muera mi maravilloso hijo!
Príamo preparó una flota para navegar hacia Salamina y rescatar a la
reina Hésione con las armas. Paris se ofreció para tomar el mando, y añadió:
—Y si no podemos llevar a mi tía a casa, quizá yo pueda capturar a
alguna princesa griega a la que podamos retener como rehén.
Sin duda alguna, ya estaba planeando llevarse a Helena, y no tenía
ninguna intención de llevar a casa a su vieja tía, que no despertaba el más mínimo interés en ningún troyano, excepto Príamo, y además se sentía perfectamente feliz en Salamina.
Mientras Príamo decidía si le dejaba tomar el mando a Paris, Menelao,
rey de Esparta, visitó Troya por un asunto de negocios. Se hizo amigo de Paris y le invitó a que fuera a Esparta, cosa que le permitió llevar a cabo su plan fácilmente, utilizando sólo una nave rápida. Él y Menelao zarparon tan pronto como el viento les sopló favorablemente y al llegar a Esparta lo festejaron juntos durante nueve días seguidos. Según lo que dijo Afrodita, Helena se enamoró de Paris a primera vista, pero le dio vergüenza el descarado comportamiento del chico. Incluso se atrevió a escribir «¡Quiero a Helena!» con el vino vertido sobre la mesa del banquete. Menelao, entristecido por la noticia de la muerte de su padre en Creta, no se dio cuenta de nada y, transcurridos los nueve días, embarcó para ir al funeral, dejando a Helena que gobernara en su ausencia. Al fin y al cabo, era el deber de Helena, ya que él era rey de Esparta por haberse casado con ella.
Aquella misma noche, Helena y Paris se fugaron en su rápida nave, tras subir a bordo la mayoría de los tesoros de palacio que ella había heredado de su padrastro. Paris robó una gran cantidad de oro del templo de Apolo como venganza por la profecía hecha por sus sacerdotes según la cual debería haber sido asesinado al nacer. Hera levantó, con rencor, una fuerte tormenta que empujó su nave hacia Chipre; y Paris decidió quedarse allí algunos meses antes de volver a casa (Menelao debía de estar anclado en Troya, esperando para atraparle). En Chipre, donde tenía amigos, reunió una flota para atacar Sidón, una rica ciudad en la costa de Palestina. El ataque fue un gran éxito:
Paris mató al rey de Sidón y consiguió una vasta cantidad de tesoros.
Finalmente, cuando volvió a Troya, su nave estaba cargada de plata, oro y piedras preciosas y los troyanos le dieron la bienvenida entusiasmados.
Todos pensaron que Helena era tan hermosa, más allá de cualquier
comparación, que el mismo rey Priamo juró que nunca la ofrecería, ni siquiera a cambio de su hermana Hésione. Paris tranquilizó a sus enemigos, los sacerdotes troyanos de Apolo, dándoles el oro robado del tesoro del dios de Esparta; y casi las únicas personas que no veían muy claro lo que ahora podía pasar eran la hermana de Paris, Casandra, y su hermano gemelo, Heleno, que poseían el don de la profecía. Este don lo adquirieron accidentalmente, siendo todavía niños, al quedarse dormidos en el templo de Apolo. Las serpientes
sagradas salieron y les lamieron las orejas, cosa que les permitió escuchar la voz secreta del dios. Esto no fue muy bueno para ellos, porque Apolo se las ingenió para que nadie creyera sus profecías. Casandra y Heleno advirtieron a Príamo una y otra vez que nunca permitiera a Paris visitar Grecia. Ahora le advirtieron que devolviera a Helena y a su tesoro inmediatamente si quería evitar una guerra larga y terrible. Príamo no les prestó la más mínima atención.

No hay comentarios:

Publicar un comentario